El oxígeno es vital para nuestro organismo, ya que es utilizado para producir energía por medio de diferentes mecanismos. Cuando realizamos ejercicio, el uso de este combustible se incrementa para poder ser aprovechado por nuestras células.

Para cumplir el objetivo y satisfacer esas demandas energéticas ocurrirán una gran cantidad de eventos fisiológicos en cuestión de segundos.  

Para empezar, necesitamos gradientes formados por diferencia de presiones y concentraciones de los gases que componen el aire que respiramos para permitir la entrada de oxígeno a nuestras vías respiratorias.

Cumpliendo lo anterior, el viaje del aire inicia en la nariz y la boca hasta llegar a los pulmones. En el interior de los ellos se encuentran estructuras clave para que pueda ocurrir el intercambio de gases, estas estructuras son los alveolos.

En estos pequeños sacos, que se asemejan a un racimo de uvas, se lleva a cabo el conocido “intercambio gaseoso”. En las paredes de estas estructuras pasa una red de arterias y venas de muy pequeño calibre; en donde, a partir de esos gradientes formados por diferencias de presión y concentración de gases existentes a nivel sanguíneo y pulmonar, se produce la salida de dióxido de carbono de nuestra circulación sanguínea al exterior por medio de la exhalación y posteriormente entrará oxígeno a nuestro torrente sanguíneo al realizar la inspiración.

Una vez dentro de la circulación sanguínea, este gas debe ser transportado y distribuido a los tejidos que requieren de este combustible para formar energía incluyendo el músculo cuando realizamos ejercicio.

Su vehículo se encuentra en una proteína llamada hemoglobina que se sitúa en la membrana de nuestros glóbulos rojos (eritrocitos). De esta manera, al incrementar la frecuencia cardiaca durante el ejercicio estamos incrementando también en el flujo sanguíneo y, en consecuencia, mejoramos el transporte y distribución del oxígeno a los tejidos que lo requieran.

Ya en las células que precisen de él, ocurrirán una gran cantidad de reacciones químicas favorecidas por enzimas para producir energía y seguir realizando funciones. Al final del proceso se obtiene dióxido de carbono. Este gas hará el mismo recorrido ya explicado, pero a la inversa para ser expulsado por medio de la exhalación.

Si has entendido “el viaje del oxígeno” habrás notado que requerimos la integridad y eficiencia de diferentes órganos y sistemas, desde el corazón, pulmones y sangre, entre otras. Todas esas funciones y capacidades pueden ser medidas.

El término “consumo máximo de oxígeno” indica la cantidad de oxígeno que ingresa, se transporta y se consume o utiliza en el cuerpo en unidad de tiempo. Al conocer el consumo máximo de oxígeno obtenemos indicadores utilizados en salud y deporte para mejorar la condición y rendimiento aeróbico en deportistas.

El ver jugadas de 7 a 10 segundos de duración con expresiones de fuerza y potencia dentro del fútbol americano, podría llevarnos a pensar que este sistema energético no es de importancia en este deporte; sin embargo, la recuperación de los otros combustibles que son utilizados entre cada jugada, en algún momento, es dependiente de esta capacidad aeróbica.

Debemos renovar los conocimientos y entrenamiento aplicado a la preparación física de estos deportistas. Mientras conozcamos el valor del consumo máximo de oxígeno que sea eficiente para cada posición dentro del fútbol americano, se podrán generar propuestas altamente eficaces para intervenciones en entrenamiento, nutrición y seguimiento médico deportivo.

El mayor rendimiento siempre será resultado de la mejora de todo aquello que podemos medir e intervenir por medio de las ciencias aplicadas al deporte en conjunto con los staffs de coacheo.

Por: Dr. Gerardo Vázquez Villarreal

Director Médico y Ciencias Aplicadas al Deporte LFA

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