Era 2006 cuando se retornó al lugar que fue en años anteriores como nuestro hogar. En ese momento, las circunstancias eran diferentes pues ya nos acompañaba un niño de 9 años, muy curioso, juguetón y con la mejor facilidad para hacer amigos.

El campo 4 y el estadio Roberto “Tapatío” Méndez eran los lugares donde pasábamos las tardes observando cómo se construía un equipo colegial que llevaba sobre su espalda la tradición de varias décadas de fútbol americano en México.

Caras nuevas, las de todos los jugadores, hicieron que las sonrisas se volvieran cotidianas y que el par de niños que jugaban libremente por los campos se convirtieran en el entretenimiento de los jugadores de liga mayor. Esos jóvenes que comenzaron a tomar confianza con un staff nuevo, pero con gran cúmulo de conocimiento, apostaron por coaches con experiencia diferente.

Poco a poco nos fuimos familiarizando con quienes conformaban un equipo lleno de talento.

Un buen día de verano, vimos cabelleras rubias artificiales. Trotando pasaron por enfrente y uno de los niños, el mío, dijo con un sonoro grito: “Mira, flaco, ellos son los novatos pumas”.

Pasaron las semanas y dio comienzo la temporada colegial 2006.

Tomamos posesión de un espacio en la tribuna de la majestuosa catedral del fútbol americano colegial del país, cuando entró por la puerta de maratón una ola dorada que imponía con su movimiento.

Una jugada ofensiva bastó para que el número 32 dorado levantara a cientos de personas que nos movíamos alentando y vitoreando a aquel corredor que fenomenalmente recorría el campo.

“¡Él es Vladimir, corre increíble!”, gritaba el acompañante de 9 años.

Cada que lo veía, el niño lo saludaba como si fuera una estrella. La sonrisa de Vladimir era la respuesta amable y atenta de un joven jugador que estaba demostrando su habilidad como corredor; lo que lo estaba convirtiendo en alguien admirado por las generaciones más jóvenes.

Pasados unos meses, comenzó la temporada infantil y llegó el momento en el que los niños escogerían el número para su jersey, el primero de su historia como jugadores equipados.

La entrega de esa “armadura” suele ser solemne por lo que esa prenda representa. Sin embargo, nada se compara con el momento de ver a un niño que emocionado expresó:

“¡Soy el 32 y correré como Vladimir Araiza!”

Se podrían escribir muchas historias, pero la pérdida de un jugador que mantenía su habilidad y velocidad para continuar levantando a la afición es algo inconcebible.

La historia del fútbol americano contemporánea tiene escrita un apartado donde han participado jugadores con mucho por delante; sin embargo, nadie puede asegurar un mañana.

Vladimir Araiza García, es uno de ellos y su trayectoria permanecerá en la narrativa de los inicios del profesionalismo de su deporte con su valiosa participación en Eagles, luego Mexicas, de la Liga de Fútbol Americano Profesional; inspirando a los jóvenes para brillar con luz propia.

Por: Cinthya García Guerrero

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